Aldea de Swanthling, a tres millas de la ciudad puerto de Southampton, Inglaterra, en la chacrita Burgess Farm, último refugio del hombre que por 20 años manejó los destinos de un lejano país del sur.
Juan Manuel de Rosas (Buenos Aires, 30 de marzo de 1793 – Southampton, Gran Bretaña, 14 de marzo de 1877) fue un militar y político argentino. En 1829, tras derrotar al general Juan Lavalle, fue gobernador de la provincia de Buenos Aires llegando a ser, entre 1835 y 1852, el principal caudillo de la Confederación Argentina. Su influencia sobre la historia argentina fue tal que el período marcado por su dominio de la política nacional es llamado a menudo época de Rosas.
Juan Manuel de Rosas | ||
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Juan Manuel de Rosas hacia 1850. | ||
17º Gobernador de Buenos Aires Con Facultades Extraordinarias A cargo de la suma del poder público | ||
7 de marzo de 1835-3 de febrero de 1852 | ||
Predecesor | Manuel Vicente Maza | |
Sucesor | Vicente López y Planes | |
13º Gobernador de Buenos Aires Con Facultades Extraordinarias | ||
8 de diciembre de 1829-17 de diciembre de 1832 | ||
Predecesor | Juan José Viamonte | |
Sucesor | Juan Ramón Balcarce | |
Información personal | ||
Nacimiento | 30 de marzo de 1793 Buenos Aires, Virreinato del Río de la Plata | |
Fallecimiento | 14 de marzo de 1877 (83 años) Southampton, Reino Unido | |
Lugar de sepultura | Cementerio de la Recoleta | |
Nacionalidad | Argentino | |
Partido político | Partido Federal | |
Familia | ||
Cónyuge | María de la Encarnación Ezcurra | |
Hijos |
Pedro Pablo Rosas y Belgrano (adoptivo)
Adrián Rosas (no reconocido)1Juan Bautista de Rosas María de Rosas Manuela Robustiana Ortiz de Rozas Ángela Rosas (no reconocida) Emilio Rosas (no reconocido) Joaquín Rosas (no reconocido) Nicanora Rosas (no reconocida) Justina Rosas (no reconocida) | |
Información profesional | ||
Ocupación | Estanciero, militar y político | |
Rango | ||
Participó en | Guerras civiles argentinas | |
Firma |
Tumba de Rosas en el Cementerio de la Recoleta.
Autor: Felipe Pigna.
Aquel invierno de 1877 había venido particularmente húmedo y frío, se negaba a irse y se hacía sentir con todo su rigor en aquella pequeña aldea de Swanthling a tres millas de la ciudad puerto de Southampton, en aquella chacrita llamada Burgess Farm, último refugio del hombre que por más de veinte años manejó a su antojo los destinos de un lejano país del sur. Al general, que había sido “Restaurador de Las Leyes” y de casi todo, no lo iba a poder el frío, como no lo habían podido los indios, ni los otros “salvajes”, los unitarios de su hermano de leche Juan Lavalle, ni los del manco Paz. Tampoco habían podido con él ni los franceses ni los ingleses. Sólo lo habían podido para siempre los traidores, esos leales de ocasión.
Casa donde nació Rosas, actual calle Sarmiento entre las calles San Martín y Florida.
Pero aunque su tozudez lo negara, estaba en la cama y sin un cobre, “prisionero de su pensamientos”, como gustaba decir el hombre que había hechos tantos prisioneros por sus pensamientos. En esa prisión de la que nadie escapa estaba en aquella segunda semana de marzo en la que se decretaba el fin absoluto de su fortuna que supo ser incalculable. Escribía sólo a sus muy íntimos que
“las gallinas se acabaron, las he comido. Aún he conservado tres vacas lecheras”.
Pero a los pocos días se confesó con su hija:
“Mi muy querida Manuelita: triste siento decirte que las vacas ya no están en este farm. Dios sabe lo que dispone; y el placer que sentía al verlas en el field, llamarme, ir a mi carruaje a recibir alguna relación cariñosa por mis manos, y el enviar a ustedes manteca. Las he vendido por veintisiete libras y si más hubiera esperado, menos hubieran ofrecido”.
Retrato de Juan Manuel de Rosas, cuando éste era un niño.
Le causaba cierta preocupación que se agolparan juntos todos los recuerdos como para despedirse, todos aquellos recuerdos, momentos vívidos, personajes intensos de un país rompecabezas. Allí estaba el pequeño Juan Manuel en las invasiones inglesas al lado de Liniers. El muchacho hecho hombre que desconfiaba de la Revolución de Mayo y aquellos “jóvenes jacobinos y ateos”. Las mateadas con Lavalle, su adversario. El desprecio por aquel niñito con pocas actitudes campestres enamorado de los libros que le había enviado su padre para que se haga “a las tareas rurales y a la vida”, aquel pequeño Bartolomé Mitre, a quien despachó a la ciudad como vino, dándole sin saberlo un pasaporte a las otras tareas, las literarias, las periodísticas, las históricas y las políticas. Aquellas noches de soledad y frío recordaba el general las eternas charlas con Facundo Quiroga, aquel imponente general de Los Llanos, sobre la Constitución, sobre el país que había que hacer antes de que lo hicieran los otros a su imagen y necesidad. Varias veces le había confesado su enojo a Manuelita por lo que consideraba una verdadera e irónica injusticia de la historia y la literatura: que el nombre de Facundo quedara eternamente asociado al de su mejor enemigo, el “loco Sarmiento”.
Afiche de la época de Rosas
Entre las agridulces memorias estaba la de su eterna aliada y operadora política Encarnación y su pedido:
“Ya has visto lo que vale la amistad de los pobres y por ello cuanto importa sostenerla y no perder medios para atraer y cautivar voluntades”.
Pasaban como en un carrusel aquellos recuerdos de Manuelita, su hija y secretaria, a la que nunca le había dejado hacer su vida porque la consideraba casi una propiedad privada. ¡Cómo había cambiado todo desde que marcharon al exilio! Tuvo que soportar el casamiento de la “Princesa Federal” con Máximo Terrero el 23 de octubre de 1852. Pero eso sí, recordaba, se puso firme, no fue a la boda y no le dirigió la palabra por varios meses. Pero el tiempo todo lo cura y ahora eran más o menos frecuentes las visitas de la pareja, que se había mudado a Londres en 1857.
Juan Manuel de Rosas
Recordaba el entusiasmo del coronel Mansilla al contarle los detalles de aquella gloriosa y heroica derrota de Obligado, cuando a la criolla paramos a ingleses y franceses, enemigos entres sí de toda la vida a los que se les había ocurrido aliarse justo contra estas remotas provincias del Plata.
Memorial en Southampton en el Old Cemetery (Cementerio antiguo).
Volvía una y otra vez la imagen de Camila, aquella hermosa chica que había conocido muy bien en Casa de los O’Gorman y en su propia casa de Palermo porque cada tanto visitaba a su amiga Manuelita. Pero la niña escapó con un cura en una sociedad que no ofrecía escapatorias para el amor libre y nadie los entendió. Ni los conservadores que pedían mano dura, ni los supuestamente liberales y románticos enemigos del Restaurador que aprovechaban el caso para hablar de la “degradación de costumbres fomentada por el tirano”. Él fue muy claro entonces y creyó necesario justificar por escrito su decisión de fusilar a la pareja el 18 de agosto de 1848: “Ninguna persona me aconsejó la ejecución del cura Gutiérrez y de Camila O’Gorman; ni persona alguna me habló en su favor. Por el contrario, todas las primeras personas del clero me hablaron o escribieron sobre ese atrevido crimen y la urgente necesidad de un ejemplar castigo para prevenir otros escándalos semejantes o parecidos. Yo creía lo mismo. Y siendo mi responsabilidad, ordené la ejecución”.1
La Batalla de Caseros produjo la caída de Rosas.
El general lamentaba en aquellos días de marzo de 1877 que empezaba a saber que serían los últimos, no poder terminar los libros que había empezado a escribir: un ensayo sobre filosofía política que pensaba titular “La Ley Pública”; otro trabajo sobre teología al que llamó explícitamente La religión del hombre, sea cual fuere su creencia; y una autobiografía para la que contaba con el estímulo nada menos que de su histórico enemigo y reciente amigo, Juan Bautista Alberdi, quien lo había visitado en su casa hacía unos años.
Juan Manuel de Rosas, retrato de 1842.
Aquel hombre, en opinión de muchos, poco afecto a los libros, se había vuelto un lector compulsivo y en escritor vocacional porque como le confesaba a su amiga Josefa Gómez: “Nunca es tarde para alcanzar a saber algo. San Ignacio de Loyola comenzó a estudiar a los 43 años y Platón escribió sus mejores obras siendo octogenario”.El viejo general devoraba también con su mirada conservadora los diarios ingleses que cada día traían noticias sobre el crecimiento del movimiento obrero y le alertaba a su amiga: “Cuando hasta en las clases vulgares desaparece cada día más el respeto al orden a las leyes y el temor a las penas eternas, solamente los poderes extraordinarios son capaces de hacer cumplir los mandamientos de Dios, de las leyes, y respetar al capital y a sus poseedores.” Y sentenciaba: “Las naciones, o vivirán constantemente agitadas, o tendrán que someterse al despotismo de alguno que quiera y pueda ponerlas en paz”.2
Residencia de Rosas en San Benito de Palermo, actual Parque 3 de Febrero. Terminada hacia 1848, fue abandonada con su exilio y demolida en 1899.
Los recuerdos se mezclaban con la fiebre y no había plata para médicos pero le quedaba su amigo el doctor John Wibblin, quien sabiendo de la pobreza digna de su amigo, actuó “de oficio” y anotició de la gravedad del paciente vía telegrama a Manuelita quien llegó lo más pronto que pudo. Llegó a Burgess Farm el 12 de marzo, justo para acompañarlo en el último tramo de aquel racconto de aquella vida que la había tenido a ella también como protagonista absoluta.
Delegación de la Suma del Poder Público sobre el gobernador bonaerense Juan Manuel de Rosas
Manuelita le recordó aquella llegada a la Gran Bretaña y el efusivo recibimiento dado por naves de su majestad que llegó a provocar un debate en la Cámara de los Lores, en la sesión del 29 de abril en la que se interpeló al ministro de Relaciones Exteriores, quien se defendió diciendo “que el gobierno no había decretado honores oficiales de ninguna naturaleza, que las atenciones habían sido espontáneamente hechas sin intención política, ni orden superior, a un refugiado distinguido de un país extranjero, pues Rosas no era un viajero común, sino un personaje que en el gobierno de su país había concluido importantes negociaciones, y que cualquiera que hubieran sido las crueldades que se decían cometidas por él, lo que sólo atañía a su nación, no era dable estigmatizarlas por parte de Inglaterra”.3
Iconografía de 1833
El 14 de marzo de 1877, cuenta Manuelita que se acercó a lecho de su padre y al besarle la mano “la sentí fría. Le pregunté: ‘¿cómo te va tatita?’. Su contestación fue mirándome con la mayor ternura: ‘No sé, mi niña’. Así se iba de este mundo sin una gran frase célebre, con una duda eterna, el hombre que unos años antes había escrito una especie de testamento político:
“Durante el tiempo en que presidí el gobierno de Buenos Aires, encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, con la suma del poder por la ley, goberné según mi conciencia. Soy pues, el único responsable de todos mis actos, de mis hechos buenos como los malos, de mis errores y de mis aciertos. Las circunstancias durante los años de mi administración fueron siempre extraordinarias, y no es justo que durante ellas se me juzgue como en tiempos tranquilos y serenos. Si he podido gobernar 30 años aquel país turbulento, a cuyo frente me puse en plena anarquía y al que dejé en orden perfecto, fue porque observé invariablemente esta regla de conducta: proteger a todo trance a mis amigos, hundir por cualquier medio a mis enemigos”.4
Monumento ecuestre a Juan Manuel de Rosas. Plaza Intendente Seeber, Parque Tres de Febrero, Buenos Aires. En uno de sus lados se recuerda su campaña al desierto.
Referencias:
1 Lucio V. Mansilla, Rozas, Buenos Aires, Editorial AZ, 1992.
2 Cartas de Rosas a su amiga Josefa Gómez en Carlos Ibarguren, Juan Manuel de Rosas. Su vida, su drama, su tiempo, Buenos Aires, Ediciones Teoría, 1962.
3 Ídem.
4 Ernesto Quesada, La época de Rosas, Buenos Aires, 1923.
Aldea de Swanthling, a tres millas de la ciudad puerto de Southampton, Inglaterra, en la chacrita Burgess Farm, último refugio del hombre que por 20 años manejó los destinos de un lejano país del sur.
JUAN MANUEL DE ROSAS EN EL EXILIO
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La primer morada de Juan Manuel de Rosas en Inglaterra es en Devenport, en el “Moosehead’s Royal Hotel” (Real Hotel de la Cabeza del Alce) en la calle Fore. Devenport era entonces una población a dos kilómetros de Plymouth, de la cual es hoy sólo un barrio. Desde allí Rosas se dirige a la Reina solicitando permiso para alquilar una granja y trabajarla.
Casa de Juan Manuel de Rosas en Swaythling
De allí pasa a Southampton, al oeste de Londres, donde se aloja en el “Windsor Hotel”. Se dedica entonces a estudiar inglés, cuyo aprendizaje iniciara a bordo del barco que lo condujo desde Buenos Aires, el “Conflict”. Más tarde alquila una casa en Rockstone Place en Carlton Crescent. Los domingos va a misa a la capilla católica de San José (84 Bugle Street). También concurre al Pub Red Lion (55 High Street). Donde entre cerveza y cerveza charla con sus nuevos amigos. Aún existe en él, y se exhibe como un tesoro: un cintillo federal. Enamorado de los alrededores de Southampton, Rosas escribe a Josefa Gómez acerca de zonas deshabitadas y arboladas, con ciervos, liebres y aves. Paseaba allí con frecuencia.
UN RINCÓN CRIOLLO EN SWAYTHLING
En 1853 alquila a Willis Flemming una granja en Swaythling, a 10 km de Southampton, sobre la carretera de Londres. Se llama “Burgess Street Farm”. Cuenta alrededor de 50 hectáreas, aunque Adolfo Saldías dice que eran 34, atribuyendo su propiedad a Lord Palmerston. La granja estaba bastante venida a menos. Rosas la re-techó en paja –no por añoranzas folclóricas, sino por ser común en la zona-, le agregó tres ranchos para darle el aspecto de una estancia argentina, pero debieron ser construcciones de otro tipo. Hacer un rancho en Inglaterra, de chorizo o adobe, aparte de absurdo sería carísimo. Allí hay otros materiales más a mano y más baratos. Levantó corrales, bebederos y galpones, plantó robles y castaños e hizo un pequeño lago en el cual puso aves bonaerenses. Una escalera al techo servía de improvisado mangrullo. La granja de Swaythling tuvo vacas, caballos, gallinas y cerdos, así como también sembrados de hortalizas. Primeramente Rosas la sostuvo con el dinero proveniente de la venta de la Estancia San Martín (del Pino), y luego con la ayuda de sus amigos.
CASA DE JUAN MANUEL DE ROSAS EN PALERMO, O LO QUE SE SALVO DE ELLA.
FOTO: Sergiociofi.blogspot.com
Adoptó el sistema criollo y a él asimiló a sus peones. Les enseñó el manejo del lazo y boleadoras y la equitación criolla. El último de sus peones vivió hasta 1928, y se llamaba Enrique Coward. Vestía a lo criollo: chiripá, botas, tirados; montaba, enlazaba y boleaba y había reunido ponchos, mantas y otros recuerdos.
¿Cómo se conocieron Camila (foto) y el padre Gutiérrez? Existen varias versiones y no se sabe con certeza cuál es la verdadera. Entre las posibles, hay tres: por la asidua concurrencia de la familia a la iglesia, por la amistad que habría unido al hermano seminarista de Camila con Uladislao o porque ella participaba en el coro del Socorro.
EN 1853 MANUELITA SE CASA CON MÁXIMO TERRERO Y SE VA A LONDRES
En ese año su hijo Juan Bautista regresaba a América. Antes le escribe a su padre para pedirle permiso a fin de pasar a despedirse; Rosas vive solo y de recuerdos y cree no poder soportar la despedida, por lo cual le dice que prefiere que no venga. Juan Bautista no lo verá más.
Rosas alrededor de 10 años de edad, c. 1803
En 1857 Prudencio, su hermano, muere en Sevilla. En 1859, desde París, le escribe su nieto Juan Manuel, también para ir a despedirse al volver a la Argentina. Como pasó con Juan Bautista, Juan Manuel prefiere que no lo haga. Tampoco se verán más. Así, de a poco, se van desgajando pedazos de su vida y de su corazón. Juan Manuel, su nieto, habrá de morir siendo gobernador de Buenos Aires, ocupando el mismo cargo que su abuelo y su tío bisabuelo.
Rosas a los 36 años, 1829
En 1866 Rosas trabaja a la par de los jóvenes. Esporádicamente recibe visitas de la Argentina, y no todos son sus partidarios, como Alberdi y Quesada. Entre el 68 y 70 muere una de sus hermanas, un cuñado y su hijo Juan Bautista. En su soledad es feliz mirando un paisaje que tiene reminiscencias de su lejana pampa. Pero pasa momentos duros. Debe el arrendamiento; debe despedir a sus peones y se ocupa entonces de las más rudas tareas. Llega a dormir sólo tres a cuatro horas. Ya ha pasado los 80 años y eso mina su salud. En 1876 se vio obligado a vender las últimas vacas que le quedaban en la granja.
Perfil Vista de Rosas a los 42 años, 1835; miniatura por Fernando García del Molino
SUS ÚLTIMOS DÍAS
Un día de marzo de 1877 monta hasta tarde para encerrar unos animales. Tiene 84 años; el día es frío y húmedo. La tos lo ahoga; por la noche lo devora la fiebre. Su médico, el doctor John Wibbling le diagnostica bronconeumonía y manda a buscar a Manuelita. Ella ya no es una niña, tiene 61 años y sus hijos 18 y 20 años. Cuando esa noche Manuela quiere velar el sueño de su padre Mary Ann y Alice, las fieles servidoras la disuaden. Por la mañana del 14, Juan Manuel tose mucho y se ahoga; expectora sangre.
Un Rosas ancianos durante su exilio
Alice llama a Manuelita. La hija acariciando el rostro del anciano agonizante, como cuando era niña, le pregunta dulcemente:
-¿Cómo se siente tatita?Rosas la mira desde lo profundo de sus ojos gris acero, hundidos por la fiebre, y esbozando una sonrisa musita:
-No lo se, mi niña…
Manuelita sale entonces a llamar al médico y al confesor; cuando vuelve, Tatita ha muerto. Son las siete de la mañana del 14 de marzo de 1877. Al día siguiente, sus restos, en un ataúd de roble son llevados al cementerio del condado. El Barón de Lagatinerie –su sobrino- y el padre Gabriel, en un coche; sus servidores en otro, y cerrando el cortejo el carruaje de su médico con Willis Flemming.
Colarado del Monte, Guardia personal de Rosas
SOBRIEDAD Y GRANDEZA
Pobre el cortejo, ¡pero qué trofeos!. Sobre el ataúd la bandera argentina de la Campaña de la Sierra regalada por el coronel Arenales, hijo del general; sobre ella, el sable que el Libertador José de San Martín le legara por
“la firmeza con que ha sostenido el honor de la república contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarnos….”.
Sobre el ataúd una chapa con su nombre como él lo escribía: “Juan Manuel de Rosas”, y las fechas de su nacimiento y su muerte. Sobre su tumba, un sobrio monumento, coronado por una cruz, y una lápida señalando su nacimiento, su llegada a Inglaterra y su muerte.
Juan Manuel de Rosas | |
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retrato póstumo de Juan Manuel de Rosas con el vestido lleno de un general de brigada
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17a gobernador de la provincia de Buenos Aires | |
En la oficina 7 marzo 1835-3 febrero 1852 | |
Precedido por | Manuel Vicente Maza |
Sucesor | Vicente López y Planes |
13 El gobernador de la provincia de Buenos Aires | |
En la oficina 6 diciembre 1829 a 5 diciembre 1832 | |
Precedido por | Juan José Viamonte |
Sucesor | Juan Ramón Balcarce |
Detalles personales | |
Nacido | Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas 30 de de marzo de 1793 Buenos Aires , Virreinato del Río de la Plata |
Murió | 14 de marzo de 1877 (83 años) Southampton , Reino Unido |
Lugar de descanso | Cementerio de la Recoleta , Buenos Aires |
Nacionalidad | Argentino |
Partido político |
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Cónyuges) | Encarnación Ezcurra |
Niños |
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Religión | catolicismo |
Firma |
Colarado del Monte, Guardia personal de Rosas
Fuente
Chavez, Fermín – Iconografía de Rosas y de la Federación – Buenos Aires (1970).
Luqui Lagleyze, Julio A. – Las moradas de Don Juan Manuel.
Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina.
Todo es Historia – Nº 118 – Buenos Aires, Marzo de 1977.
Turone, Oscar A. – Rosas en el exilio – Buenos Aires (2008)
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