El lunes 28 la prensa internacional se hizo eco de la muerte de Svetlana Iósifovna Stálina, la única hija de Stalin. Huyó del «paraíso socialista» ayudada por la CIA en 1967. Fue un mazazo para la propaganda socialista, sus libros de memorias «Veinte cartas a un amigo» y «Sólo un año» describían la vida en la Unión Soviética.
Hacía una semana que había fallecido, el 22 de noviembre, en un asilo en Wisconsin. Sola.
Sin embargo, en casi todos los medios se ha pasado como de tapadillo sobre el asunto de su conversión, primero el bautismo ortodoxo y luego la recepción en la Iglesia Católica en 1982. Hasta 1993 no cuenta su conversión, un texto difundido con sordina.
Creo que el mejor homenaje es volver a publicar lo que escribió entonces, es largo, pero merece la pena. La labor de su abuela, la de unos amigos católicos, la mano de la Virgen, la solicitud amorosa y pastoral de amigos sacerdotes, la lectura, la formación, los sacramentos… Mejor lo cuenta Svetlana, os dejo con ella (las negritas mías).
Los primeros 36 años que he vivido en el estado ateo de Rusia no han sido del todo una vida sin Dios. Sin embargo, habíamos sido educados por padres ateos, por una escuela secularizada, por toda nuestra sociedad profundamente materialista. De Dios no se hablaba.
Mi abuela paterna, Ekaterina Djugashvili, era una campesina casi iletrada, precozmente viuda, pero que nutría confianza en Dios y en la Iglesia. Muy piadosa y trabajadora, soñaba con hacer de su hijo sobreviviente –mi padre– un sacerdote.
El sueño de mi abuela no se realizó jamás. A los 21 años mi padre abandonó el seminario para siempre.
Mi abuela materna, Olga Allilouieva, nos hablaba gustosamente de Dios: de ella hemos escuchado por vez primera palabras como alma y Dios. Para ella, Dios y el alma eran los fundamentos mismos de la vida.
Agradezco a Dios que ha permitido a mis queridas abuelas que nos transmitiesen las semillas de la fe; si bien eran exteriormente obsequiosas con el nuevo orden de cosas, conservaron profundamente en el corazón su fe en Dios y en Cristo.
Cuando mi hermano murió, mi hijo de 18 años estaba muy enfermo. No quería ir al hospital, a pesar de la insistencia del doctor. Por primera vez en mi vida, a los 36 años, pedí a Dios que lo curara. No conocía ninguna oración, ni siquiera el Padre Nuestro. Pero Dios, que es bueno, no podía dejar de escucharme.
Me escuchó, lo sabía. Después de la curación, un sentimiento intenso de la presencia de Dios me invadió.
Con sorpresa de mi parte, pedí a algunos amigos bautizados que me acompañaran a la iglesia. Dios no sólo me ayudó a encontrarlo, sino deseaba darme mayores gracias. Me hizo conocer al sacerdote más maravilloso que podía encontrar, el P. Nicolás Goloubtzov (1890-1963). Él bautizaba en secreto a los adultos que habían vivido sin fe. Fue también el padre espiritual del P. Alexander Men, que se convirtió en célebre predicador, asesinado en 1990 luego de muchas amenazas de muerte, por las numerosas conversiones que suscitaba entre la juventud en torno suyo.
Yo tenía necesidad de ser instruida sobre los dogmas fundamentales del Cristianismo. Bautizada el 20 de mayo de 1962, tuve el gozo de conocer a Cristo, aunque ignorase casi toda la doctrina cristiana. Desgraciadamente el P. Goloubtzov murió en marzo de 1963.
Encontré por vez primera en mi vida católicos romanos, en Suiza, cinco años después de mi bautismo en la Iglesia ortodoxa rusa.
Los quince años que transcurrí en América han sido para mí causa de tormentos y de desorientación. Tras el nacimiento de mi hija, fruto de mi matrimonio en EE.UU., pareció que llegaba para mí la posibilidad de una vida normal. Pero pronto sobrevino de nuevo la turbación y la amargura; todo terminó con la separación conyugal.
Durante estos años mi vida religiosa era confusa, como todo el resto. Me encontraba de frente a un cristianismo americano múltiple. Cada denominación me invitaba. Todos me testimoniaban una gran simpatía. Yo tenía necesidad de descubrir lo que era justo en la multiplicidad de confesiones y perdía la noción de lo que yo misma era personalmente y en qué creía. Busqué también en la Ortodoxia la solución de mi búsqueda personal. Las respuestas a mis interrogantes me parecían demasiado abstractas. A pesar de la amistad que había entablado con intelectuales de la Ortodoxia, como la familia Florovsky, mi sed espiritual permanecía insatisfecha.
Un día recibí una carta de un sacerdote católico italiano de Pennsilvania, el P. Garbolino que me invitó a hacer una peregrinación a la Virgen de Fátima, en Portugal, con ocasión del 70º aniversario de las apariciones. En momento no fue posible, pero nuestra correspondencia de amistad duró más de 20 años y me enseñó muchas cosas.
Mediante este intercambio epistolar más de una vez se planteó la cuestión de mi adhesión a la fe católica. Pero la publicidad y el hecho de ser devorada por los medios de comunicación social, me había dado una pésima impresión ya al llegar a los Estados Unidos. Explicar a la luz del día mis sentimientos más personales, mi fe, mis relaciones con Dios, ni siquiera estaba dispuesta a pensarlo. No podía rnás hablar en nombre del pueblo ruso.
En 1969 el P. Garbolino que se encontraba en New Jersey vino a hacerme una visita a Princeton. Yo continué escribiéndole a Pittsburgh. En aquel momento yo era divorciada e infeliz, pero él, como buen sacerdote, siempre encontraba las palabras apropiadas y prometía siempre rezar por mí.
En 1976 encontré en California una pareja de católicos, Rose y Michael Ginciracusa. Viví dos años con ellos. Su piedad discreta y su solicitud hacia mí y mi hija me conmovieron profundamente.
En 1982 partimos para Inglaterra, para permitir que mi hija recibiera una buena educación europea. Mis contactos con los católicos continuaban siempre naturales, calmos y alentadores. La lectura de libros notables como el de Raissa Maritain, contribuyeron a acercarme cada vez más a la Iglesia católica.
Y así en un frío día de diciembre, en la fiesta de Santa Lucía, en pleno Adviento, un tiempo litúrgico que siempre he amado, la decisión, esperada por largo tiempo, de entrar en la Iglesia católica, me brotó naturalísima, mientras vivía en Cambridge, Inglaterra. Un amigo católico polaco me condujo al P. Cogglan del Seminario de Allem Halla en Londres. Habían pasado 15 años desde que tomé esta decisión y me confié con el P. Garbolino que había conocido y aparecido en los días en que los medios de comunicación social me turbaban.
Hay una cosa que aprendí por vez primera en los conventos católicos: la bendición de la existencia cotidiana, incluso la más escondida, de cada pequeña acción y del mismo silencio. En general soy felicísima en mi soledad; en la tranquilidad de mi departamento siento en modo vivo la presencia de Cristo.
Han pasado ya 13 años desde 1982, plenos de felicidad. Pero del mismo modo que jamás fui instruida convenientemente en la Iglesia Ortodoxa rusa al ser admitida 30 años atrás, así tampoco he recibido ninguna enseñanza más en la Iglesia católica. He debido aprender todo por cuenta mía leyendo libros que me han pasado amigos católicos o frecuentando asiduamente las librerías.
La diferencia entre la soledad en la Iglesia ortodoxa oriental y aquella en la Iglesia católica me ha parecido bajo esta forma: en la ortodoxia oriental, una confesión raramente es escuchada, generalmente una vez al año por Pascua y sin la discreción que permite el confesionario. Sólo ahora he entendido la gracia maravillosa que nos producen los sacramentos como el de la reconciliación y la comunión ofrecidos no importa qué día del año, e incluso cotidianamente.
Antes me sentía poco dispuesta a perdonar y a arrepentirme, y no fui jamás capaz de amar a mis enemigos. Pero me siento muy distinta de antes, desde que asisto a Misa todos los días. La Eucaristía se ha hecho para mí viva y necesaria. El sacramento de la reconciliación con Dios a quien ofendemos, abandonamos y traicionamos cada día, el sentido de culpa y de tristeza que entonces nos invade: todo esto hace que sea necesario recibirlo con frecuencia.
Por muchos años he creído que la decisión crucial que había tomado de permanecer en el extranjero en 1967 fue una importante etapa en mi vida. Yo iniciaba una vida nueva, me liberaba y progresaba en mi carrera de escritora itinerante. El Padre celestial me ha corregido dulcemente. Fui nuevamente sumergida en una maternidad tardía que debía hacerme presente mi puesto en la vida: un humilde puesto de mujer y de madre. Así, en verdad, fui llevada en los brazos de la Virgen María a quien no tenía la costumbre de invocar, reteniendo que esta devoción fuese cosa de campesinos iletrados como mi abuela georgiana que no tenia otra persona a quien dirigirse. Me desengañé cuando me encontré sola y sin sustento. ¿Quién otro podía ser mi abogado sino la Madre de Jesús? Imprevistamente Ella se me hizo cercana, Ella a quien todas las generaciones llaman Bienaventurada entre las mujeres.
Sobra cualquier glosa al texto. Svetlana Iósifovna Stálina, gracias por tu testimonio. Descansa en paz.
http://infocatolica.com/blog/delapsis.php/1112020945-murio-svetlana-la-hija-de-sta
Lana Peters, la única hija del líder de la
extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), Josef Stalin,
ha fallecido en Wisconsin (Estados Unidos) a los 85 años de edad
víctima de un cáncer de colon, según ha informado el diario
norteamericano «The New York Times».
http://www.youtube.com/watch?v=F1PULvirSTM
Nacida
en Rusia el 28 de febrero de 1926 con el nombre de Svetlana Stalina,
Peters decidió cambiar su apellido para adoptar el de su madre,
Alliluyeva, cuando Josef Stalin falleció en 1953. En los años 70, tras
renegar del régimen comunista ruso, se casó con un ciudadano
estadounidense y adoptó el nombre de Lana Peters. Peters falleció el
pasado 22 de noviembre víctima de un cáncer de colon en el condado de
Richland, en el estado de Wisconsin, según ha informado el responsable
de la corporación de esta región, Benjamin Southwick. Su fallecimiento,
al igual que los últimos años de su vida, no ha tenido una amplia
repercusión en la prensa local de Wisconsin.
En el Centro Richland, en la localidad homónima en la que vivía, se
han congregado algunas personas para expresar su pésame por el
fallecimiento aunque, por el momento, no ha habido confirmación oficial
sobre cuándo y dónde se celebrarán los oficios funerarios. Un
responsable de la corporación del condado de Richland ha apuntado a que
Peters podría haber fallecido hace varios meses. Una de las hijas de la
fallecida, Olga Peters, que ahora se llama Chrese Evans, había intentado
contactar con ella por teléfono durante estos últimos meses, sin llegar
a conseguirlo. La fama inicial que tuvo Peters se debía únicamente al
hecho de que era la hija de Stalin, lo que atrajo la curiosidad de los
medios de comunicación internacionales durante varias décadas.
Posteriormente, Peters renegó de su pasado y de sus vínculos con el
dictador comunista y escribió dos autobiografías que lograron un gran
éxito en ventas. Tras rechazar cualquier relación con su fallecido padre
y con el régimen de la extinta Unión Soviética, Peters viajó desde
India hasta Estados Unidos, tras un periplo por Europa. En 1984, volvió a
instalarse en Moscú y, desde allí, se trasladó a Georgia, todavía
dependiente de Rusia. Posteriormente, viajó a Estados Unidos, a
Inglaterra, a Francia, otra vez a Estados Unidos y, finalmente, de nuevo
a Inglaterra, siempre intentando zafarse de la atención de los medios
de comunicación.
Sobre ella, se ha llegado a decir que vivía en una humilde casa sin
electricidad en el norte de Wisconsin y que, con anterioridad, había
residido en un monasterio católico en Suiza. En 1992, se especulaba con
que vivió en un barrio viejo del oeste de Londres en una residencia para
ancianos con problemas psicológicos. «No puedes lamentar tu destino,
aunque lamento que mi madre no se casara con un carpintero», llegó a
decir en una ocasión la hija de Stalin.
La
vida de la fallecida Peters se asemeja bastante a una melancólica
novela rusa, que comenzó con una excelente relación con su padre, que le
llamaba «gorrioncito», le hacía numerosos regalos y le entretenía con
películas estadounidenses, a pesar de su fuerte rechazo a ese país.
Peters llegó a convertirse en una celebridad en su país de la talla de
la actriz Shirley Temple y muchos rusos decidieron darle a sus hijas ese
nombre, que también fue adoptado por una marca de perfumes.
El momento más duro de toda su infancia llegó cuando sólo tenía seis
años. Su madre, Nadezhda Alliluyeva,
Svetlana con su padre Stalin en 1935
la segunda mujer de Stalin, se
suicidó ese año, en 1932. El líder de la URSS le dijo entonces que había
muerto de una apendicitis y,
La hija de Stalin, junto a su padre - Fotografía publicada en The New
York Times - Gentileza Icarus Film
hasta diez años después, no conoció cómo falleció su progenitora. En
sus años de adolescente, la vida de Peters estuvo marcada por la actitud
de su padre, enfrascado en el enfrentamiento con Alemania. Uno de sus
hermanos, Yakov, murió ejecutado por los alemanes después de que fuera
capturado y Stalin se negara a entregar a un general germano a cambio de
la liberación de su hijo.
En sus memorias, Peters relató cómo su padre decidió enviar a su
primer amor, un director de cine judío, a Siberia durante diez años. La
joven quiso estudiar en la Universidad de Moscú la licenciatura en
Literatura pero Stalin se empeñó en que cursara Historia. Peters accedió
a sus deseos y, finalmente, trabajó como profesora enseñando Literatura
soviética e inglés, antes de trabajar como traductora literaria
Fuente: http://www.diasdehistoria.com.ar/content/fallece-los-85-a%C3%B1os-la-%C3%BAnica-hija-de-stalin abc.es 28/11/2011
Svetlana Alilúyeva
Lavrenti Beria con Svetlana y Stalinatrás.
Svetlana Alilúyeva, nacida bajo el nombre de Svetlana Iósifovna Stálina (28 de febrero de 1926 - 22 de noviembre de 2011; en ruso: Светлана Иосифовна Сталина, en georgiano: სვეტლანა ალილუევა)1 fue la única hija de Iósif Stalin. Escritora, naturalizada en los Estados Unidos, Alilúyeva conmocionó a la opinión internacional al refugiarse en este país en 1967.
Como casi todos los hijos de altos oficiales rusos, Svetlana fue criada por una nana y pocas veces vio a sus padres. Su madre, Nadezhda Allilúyeva (la segunda esposa de Stalin), murió el 9 de noviembre de 1932. La causa oficial de la muerte fue peritonitis, pero existen muchas especulaciones acerca de un posible suicidio u homicidio.
Svetlana se enamoró a los 16 años de un director de películas judío llamado Alekséi Kápler, de 40 años. Luego, Kápler fue exiliado durante diez años a la ciudad polar de Vorkutá, y se especula que fue por causa de Svetlana.
A los 17, Svetlana se enamoró de Grigori Morózov, también judío. Su padre se opuso a la boda. En 1945 Svetlana dio a luz a Iósif. En 1947 Morózov y Svetlana se divorciaron.
En 1949, Svetlana se casó por segunda vez con Yuri Zhdánov (hijo de Andréi Zhdánov). Después de dar a luz a Yekaterina, en 1950, se divorciaron poco después.
Cuando Stalin murió en 1953, Svetlana adoptó el apellido de su madre y trabajó como maestra y traductora en Moscú. El 20 de mayo de 1962 fue bautizada en la fe ortodoxa. En 1963 se enamoró de un comunista hindú llamado Brajesh Singh. En 1965 intentaron casarse pero no se les permitió. Singh murió en 1966 y Svetlana obtuvo permiso para viajar a la India a dejar las cenizas de Singh con su familia, para luego verterlas en el Ganges. En los dos meses que estuvo allá, estuvo inmersa en observar las costumbres locales.
El 6 de marzo de 1967, después de haber visitado la embajada soviética en Nueva Delhi, Svetlana fue a la embajada de los Estados Unidos y pidió asilo político al embajador Chester Bowles. Después de obtenerlo, se le urgió que abandonara la India inmediatamente para ir a Suiza, con el fin de evitar un incidente internacional. Después de pasar seis semanas en Suiza, se dirigió finalmente a los Estados Unidos.
Una vez en suelo estadounidense, en abril, Svetlana ofreció una conferencia de prensa denunciando los excesos cometidos por el gobierno soviético. El lanzamiento de su autobiografía "Veinte cartas a un amigo" coincidía con el 50º aniversario de la Revolución de Octubre, pero debido a protestas por parte de la Unión Soviética, el lanzamiento fue adelantado.
Debido al escándalo político desatado por la huida de Svetlana, la Unión Soviética demandó la garantía por parte de los Estados Unidos que cualquier figura de alto rango de su país que pidiera asilo debía ser interrogada primero por oficiales soviéticos.
En 1970 Svetlana recibió una invitación de la viuda de Frank Lloyd Wright, Olgivanna para visitar su casa en Arizona. Allí Svetlana se enteró de que Olgivanna creía que Svetlana era el reemplazo espiritual de su hija, también llamada Svetlana, que había muerto en un accidente de tráfico.2 Svetlana, no sólo aceptó esta idea, sino que también se casó con el viudo de la Svetlana muerta, William Wesley Peters y se cambió el nombre a Lana Peters. La pareja tuvo una hija llamada Olga, pero finalmente se divorciaron.
En 1982 se mudó con su hija a Cambridge, Inglaterra, donde entró en la Iglesia católica,3 y en 1984 regresó a la Unión Soviética, donde después de recobrar la ciudadanía se estableció en Tiflis, Georgia. En 1986 Svetlana regresó a los Estados Unidos, y luego viajó a Bristol, Inglaterra, en los años 1990. Sus últimos años de vida residió en un hogar de la tercera edad en el condado de Richland, Wisconsin.
Muerte
Murió el 22 de noviembre de 2011 por un cáncer de colon en el condado de Richland, Wisconsin (EE.UU). Su muerte fue anunciada el 28 de noviembre de 2011.
Referencias
No hay comentarios.:
Publicar un comentario