Cristo de la Buena Muerte
Nada puede haber de positivo en una guerra, pero cuando ella sucede, la defensa de la patria es un deber para todos, pero principalmente para el cristiano que con patriotismo y humildad debe llevar adelante la misión que el Señor pone en su camino.
La iglesia, a lo largo de los siglos ha enseñado sobre los deberes patrióticos.
Juan Pablo II, en el último de sus libros, Memoria e identidad, dedica todo un capitulo a reflexionar sobre el patriotismo.
- “Si se pregunta por el lugar del patriotismo en el decálogo, la respuesta es inequívoca: es parte del Cuarto Mandamiento, que nos exige honrar al padre y a la madre. Es uno de esos sentimientos que el latín incluye en el termino pietas, resaltando la dimensión religiosa subyacente en el respecto y veneración que se debe a los padres, porque representan para nosotros a Dios Creador. Al darnos la vida, participan en el misterio de la creación y merecen por tanto una devoción que evoca la que rendimos a Dios Creador. El patriotismo conlleva precisamente este tipo de actitud interior, desde el momento que también la patria es verdaderamente una madre para cada uno. Patriotismo significa amar todo lo que es patrio: su historia, sus tradiciones, la lengua y su misma configuración geográfica. La patria es un bien común de todos los ciudadanos y, como tal, también un gran deber”.
No se trata esta de una visión personal del beato Juan Pablo II sobre el asunto, ni es tampoco una cuestión novedosa, ya que el Magisterio de la Iglesia siempre ha visto la virtud cristiana del patriotismo, como el deber cristiano derivado del Cuarto Mandamiento de la Ley de Dios de amar a la patria.
El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que el cuarto mandamiento se extiende a los deberes de los ciudadanos respecto a su patria. Y agrega
- “El amor y el servicio de la patria forman parte del deber de gratitud y del orden de la caridad”.
Más aun, el concilio Vaticano II, en la Constitución Gaudium et Spes y en el Decreto Apostolicam Actuositatem, aborda asimismo el tema del patriotismo:
- “Los ciudadanos deben cultivar la piedad hacia la patria con magnanimidad y fidelidad. En el amor a la patria y en el fiel cumplimiento de los deberes civiles, siéntanse obligados los católicos a `promover el verdadero Bien Común”.
También Pío XI, en la encíclica Divini Illius Magistri, afirma:
- “El buen católico, precisamente en virtud de la doctrina católica, es por lo mismo el mejor ciudadano, amante de su patria y lealmente sometido a la autoridad civil constituida, en cualquier forma legítima de gobierno”.
León XIII, en Sapientiae Christianae enseña que el amor a la patria es de ley natural:
- “Por la ley de la naturaleza estamos obligados a amar especialmente y defender la sociedad en que nacimos, de tal manera que todo buen ciudadano este pronto a arrostrar hasta la misma muerte por su patria”.
Decía Pío XII en Summi Pontificatus
- “No hay que temer que la conciencia de la fraternidad universal, fomentada por la doctrina cristiana, y el sentimiento que ella inspira, se opongan al amor, a la tradición y a las glorias de la propia patria, e impidan promover la prosperidad y los intereses legítimos; pues la misma doctrina enseña que en el ejercicio de la caridad existe un orden establecido por Dios, según el cual se debe amar más intensamente y ayudar preferentemente a los que nos están unidos con especiales vínculos. El Divino Maestro dio ejemplo de esta preferencia a su tierra y a su patria, llorando sobre las inminentes ruinas de la Ciudad santa”
CUATRO SON LAS PRINCIPALES VIRTUDES CRISTIANAS QUE SE RELACIONAN MÁS O MENOS DE CERCA CON LA PATRIA
- La piedad, que nos inspira formalmente el culto y veneración a la patria en cuanto principio secundario de nuestro ser, educación y gobierno. En este sentido se dice rectamente que la patria es nuestra madre.
- La justicia lega, que nos relaciona con la patria, considerando el bien de la misma como un Bien Común a todos los ciudadanos, que tienen todos ellos obligación de fomentar.
- La caridad, cuyo recto orden obliga, en igualdad de condiciones, a preferir al compatriota antes que al extranjero.
- La gratitud, por los inmensos bienes que la patria nos ha proporcionado y los servicios inestimables que continuamente nos presta”.
En cuanto a los deberes generales para con la patria, Antonio Royo Marín en su “Teología Moral para Seglares” afirma que “pueden reducirse a uno solo:
- El patriotismo, no es otra cosa que el amor y la piedad hacia la patria en cuanto tierra de nuestros mayores o antepasados.
- Amor de predilección sobre todas las demás naciones; perfectamente conciliable, sin embargo, con el respeto debido a todas ellas y la caridad universal, que nos impone el amor al mundo entero.
- Respecto y honor a su historia, tradición, instituciones, idioma, etc, que se manifiesta, v.gr., saludando o inclinándose reverentemente ante los símbolos que la representan, principalmente la bandera y el himno nacional.
- Servicio, como expresión efectiva de nuestro amor y veneración. El servicio de la patria consiste principalmente en el fiel cumplimiento de sus leyes legitimas, sobre todo las relativas a tributos e impuestos, condición indispensable para su progreso y engrandecimientos; en el desempeño desinteresado de los cargos públicos que el Bien Común nos exija; en el servicio militar obligatorio y en otra cosas por el estilo.
- Defenderla contra sus perseguidores y enemigos interiores o exteriores: en tiempo de paz, con la palabra o con la pluma, en tiempo de guerra, empuñando las armas y dando generosamente la vida, si es preciso, por el honor o la integridad”.
MEMORIA E IDENTIDAD - JUAN PABLO II (Capítulo 12)
12/ PATRIOTISMO
De la reflexión sobre el concepto de patria nace una pregunta más. A la luz de
esta profundización,
¿CÓMO SE HA DE ENTENDER EL PATRIOTISMO?
El razonamiento que acabamos de hacer sobre el concepto de patria y su
relación con la paternidad y la generación explica con hondura el valor moral del
patriotismo. Si se pregunta por el lugar del patriotismo en el decálogo, la respuesta
es inequívoca: es parte del cuarto mandamiento, que nos exige honrar al padre y a
la madre. Es uno de esos sentimientos que el latín incluye en el término pietas,
resaltando la dimensión religiosa subyacente en el respeto y veneración que se
debe a los padres, porque representan para nosotros a Dios Creador. Al darnos la
vida, participan en el misterio de la creación y merecen por tanto una devoción que
evoca la que rendimos a Dios Creador. El patriotismo conlleva precisamente este
tipo de actitud interior, desde el momento que también la patria es verdaderamente
una madre para cada uno.
El patrimonio espiritual que nos transmite nos llega a
través del padre y la madre, y funda en nosotros el deber de la pietas.
PATRIOTISMO significa amar todo lo que es patrio: su historia, sus tradiciones, la
lengua y su misma configuración geográfica. Un amor que abarca también las obras
de los compatriotas y los frutos de su genio. Cualquier amenaza al gran bien de la
patria se convierte en una ocasión para verificar este amor. Nuestra historia enseña
que los polacos han sido siempre capaces de grandes sacrificios para salvaguardar
este bien o para reconquistarlo. Lo demuestran las numerosas tumbas de los
soldados que lucharon por Polonia en diversos frentes del mundo. Están
diseminadas tanto en la tierra patria como fuera de sus confines. Pero creo que una
experiencia parecida la ha tenido cada país, cada nación, en Europa y en el mundo.
LA PATRIA es un bien común de todos los ciudadanos y, como tal, también un
gran deber. El análisis de la historia antigua y reciente demuestra sobradamente el
valor, el heroísmo incluso, con el cual los polacos han sabido cumplir con este deber
cuando se trataba de defender el bien superior de la patria. Lo cual no excluye que,
en determinadas épocas, se haya producido una mengua de esta disponibilidad al
sacrificio para promover los valores e ideales relacionados con la noción de patria.
Ha habido momentos en que el interés privado y el tradicional individualismo polaco
han hecho sentir sus efectos perturbadores.
La patria, pues, tiene una gran entidad. Se puede decir que es una realidad
para cuyo servicio se desarrollaron y desarrollan con el pasar del tiempo las
estructuras sociales, ya desde las primeras tradiciones tribales. No obstante, cabe
preguntarse si no haya llegado el fin de este desarrollo de la vida social de la
humanidad. El siglo xx, ¿no manifiesta acaso una tendencia generalizada al
incremento de estructuras supranacionales e incluso al cosmopolitismo? Esta
tendencia, ¿no comporta también que las naciones pequeñas deberían dejarse
absorber por estructuras políticas más grandes para poder sobrevivir? Se trata de
cuestiones legítimas. Sin embargo, parece que, como sucede con la familia, también
la nación y la patria siguen siendo realidades insustituibles. La doctrina social
católica habla en este caso de sociedades «naturales», para indicar un vínculo
particular, tanto de la familia como de la nación, con la naturaleza del hombre, la
cual tiene carácter social. Las vías principales de la formación de cualquier sociedad
pasan por la familia, y sobre esto no caben dudas. Y podría hacerse una
observación análoga también sobre la nación. La identidad cultural e histórica de las
sociedades se protege y anima por lo que integra el concepto de nación.
Naturalmente, se debe evitar absolutamente un peligro: que la función insustituible
de la nación degenere en el nacionalismo. En este aspecto, el siglo xx nos ha
proporcionado experiencias sumamente instructivas, haciéndonos ver también sus
dramáticas consecuencias. ¿Cómo se puede evitar este riesgo? Pienso que un
modo apropiado es el patriotismo.
EN EFECTO, EL NACIONALISMO SE CARACTERIZA PORQUE RECONOCE Y PRETENDE ÚNICAMENTE EL BIEN DE SU PROPIA NACIÓN, SIN CONTAR CON LOS DERECHOS DE LAS DEMÁS. POR EL CONTRARIO, EL PATRIOTISMO, EN CUANTO AMOR POR LA PATRIA, RECONOCE A TODAS LAS OTRAS NACIONES LOS MISMOS DERECHOS QUE RECLAMA PARA LA PROPIA Y, POR TANTO, ES UNA FORMA DE AMOR SOCIAL ORDENADO.
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